La economía de las suscripciones
El deseo de poseer es sustituido por el deseo de alquilar; y las grandes tecnológicas creen que allí está el negocio del futuro.
La Dimayor anunció que el fútbol profesional colombiano se transmitirá por suscripción a partir de junio del próximo año, y suscribirse para seguirlo por televisión será más económico que pagar las entradas al estadio. Pagando una suscripción mensual se consiguen desayunos saludables a domicilio todos los días, el software para el trabajo en la oficina, bicicletas para evitar las congestiones de tráfico, y hasta vivienda y salud. Los nuevos modelos de negocio de la economía digital están eliminando de la cultura el deseo de ser propietario. ¿Esto es bueno o es malo? ¿Es mejor comprar algo que alquilarlo?
En muchas ciudades, la gente utiliza Uber o Lyft en lugar de comprarse un auto, porque éste último estará estacionado el 90 por ciento de su ciclo de vida. Y gracias a la tecnología blockchain, que permite transacciones sin costo, seguras, transparentes y directamente entre personas, los modelos de alquiler empiezan a vivir una verdadera explosión. Los llamados “contratos inteligentes” se están utilizando para arrendar inmuebles por días o semanas de forma inmediata. El arrendatario solo descarga una app, la cual verifica su estado de cuenta bancaria y una vez descontado el canon, desbloquea la cerradura electrónica de la casa y el nuevo inquilino puede entrar. Así, sin trámites lentos y tediosos y sin codeudores (probablemente la cerradura volverá a bloquearse cuando no haya fondos en la cuenta). Es una revolución digital que está ocurriendo en el sector inmobiliario. Del mismo modo se alquila una bicicleta o se toma un seguro de vida, sin papeleos y solo por el tiempo que se necesitan. Casi nadie volvió a comprar música, ni siquiera en formato digital, sino que todo el mundo toma en arriendo el almacén de 50 millones de canciones que tienen Spotify o Deezer. No se descargan al teléfono, sino que se escuchan en “streaming” por un pago mensual, y los usuarios creen que eso es mejor que atesorar cien o mil canciones en la musiteca personal.
Adobe y Microsoft pasaron su modelo de negocio, basado antes en vender licencias de software, a vender suscripciones. Los ingresos cayeron durante los primeros tres años, porque la venta facturaba mejor. Pero progresivamente los ingresos comenzaron a subir en la medida en que el modelo de suscripciones atraía nuevos clientes, y hoy ambas compañías son ejemplos destacados del porvenir que tiene la economía de las suscripciones.
Las aerolíneas ya están considerando el modelo y una de ellas, Surf Air ha sido bautizada como “el Netflix de la aviación”, por ser la primera en el mundo que ofrece vuelos ilimitados por un pago mensual. El profesor Tien Tzuo, el principal teórico de este modelo, sostiene que “la propiedad está muerta; el acceso es el nuevo imperativo”.
Pero por masivos que sean algunos de estos servicios, su viabilidad como negocio está todavía por demostrarse. Netflix, con su atronadora popularidad, opera a pérdida. Ya están probando incluir publicidad, porque habrá que mostrar libros positivos en algún momento. Spotify, el rey del streaming de música, con 83 millones de suscriptores, perdió 576 millones de euros en el primer semestre del presente año. Igual que Apple Music, con sus casi 50 millones de abonados. Los poderosos inversionistas de estas tecnológicas tienen músculo financiero suficiente para esperar hasta que el modelo algún día sea rentable. ¿Podrá la Dimayor sostener el modelo de suscripciones en medio de ofertas como la de Facebook, que transmitirá la Champions y la Libertadores gratis? Es claro que en la economía de las suscripciones la sostenibilidad es el factor principal, y en unas economías el negocio funcionará y en otras no.
Cálculos muy optimistas prevén que en diez años el 50 por ciento de la economía mundial caminará sobre este modelo, si la tecnología blockchain es adoptada globalmente. Por ahora, con el auge de las startup de economía colaborativa, la tendencia ha tomado inusitado vigor y crece a una tasa de 100 por ciento al año.
Publicado originalmente en revista SEMANA, edición 1910, diciembre de 2018
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