El ejemplo de Unilever

El mundo no puede tolerar más el matoneo político y las noticias falsas en las redes sociales.

Las razones para que una empresa considere que sus valores y principios corporativos son incompatibles con lo que circula por las redes sociales, son ampliamente conocidas: La masacre del pueblo rohingya, en Myanmar, se ha orquestado desde cuentas en Facebook. Logan Paul, uno de los tres youtubers más populares del mundo, hizo un video burlándose junto al cadáver de un señor que se suicidó en Japón. Rodrigo Duterte ganó la presidencia de Filipinas apoyado por una estrategia Facebook similar a la que utilizó Donald Trump. En las redes sociales se han transmitido asesinatos, violaciones y vejaciones de todo tipo, con la tolerancia a veces, o la indiferencia o cuando menos la impotencia de los propietarios y directivos de estas plataformas.

Hay que reconocer que Unilever, propietario de marcas de consumo masivo como Lipton, Knorr, Axe, Hellmann´s, Dove, entre muchas otras muy populares, se merece aplausos por la presión que está ejerciendo sobre Facebook. La compañía, que es uno de los grandes anunciantes mundiales, con inversión en mercadeo digital superior a los 7.400 millones de dólares, dijo que retirará sus campañas en Facebook y Google si éstas dos plataformas no hacen nada para controlar las noticias falsas, el matoneo político, la xenofobia, la homofobia, el racismo y la incitación a la violencia. No es la primera empresa que hace este anuncio. Otras incluso llevaron a la práctica su decisión el año pasado y se retiraron de Youtube, porque sus anuncios salían en videos “extremistas”, tal como lo denunciara el diario británico The Times.

Justo es señalar que Marck Zuckerberg, el CEO de Facebook, se ha movido tratando de encontrar una solución, pero se estrella contra el muro del modelo de negocio, pues no se puede poner en riesgo la facturación por publicidad, que es el centro del proyecto. El problema más grave es el de las noticias falsas, con las que se han torcido resultados electorales (el Brexit, las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el Plebiscito en Colombia, para citar unos casos bien conocidos y documentados). El mayor dolor de cabeza que afronta Donald Trump tiene que ver con la investigación que se hace después que se descrubrió que desde Rusia se realizó notable injerencia en la opinión norteamericana a través de Facebook para ayudarle a ganar la entrada en la Casa Blanca. Zuckerberg realmente está preocupado, porque creó un monstruo que ya no puede controlar, como está maravillosamente bien contado en un reciente reportaje en Wired. El lío es que Facebook no puede reconocerse como una empresa de noticias, porque esto lo pondría dentro de un marco regulatorio que le perjudica, pero tampoco puede seguir diciendo que no lo es y que tan solo se trata de una plataforma abierta. Resolver el problema de las noticias falsas implica para la compañía grandes cambios que no puede realizar a estas alturas. Un interesante análisis de BBC Mundo, reproducido por Semana, identifica los síntomas que tienen a Facebook en serios problemas.

El caso más vergonzante es el de Twitter, cuyos ejecutivos literalmente se hacen los … de la vista gorda con el problema. Algunos de los “tuiteros” más populares del mundo alientan la violencia racial de los blancos sobre la población afro en Estados Unidos, como Richard B. Spencer; o amenazan desde un trino matinal con oprimir el botón que dispararía una guerra nuclear, como hizo hace poco el mismo Donald Trump, para amenazar a Corea del Norte. Esas acciones violan los reglamentos de uso de la red social, pero Twitter se hace el desentendido, porque este tipo de tuiteros mantienen viva a esta red moribunda.

En Colombia, desde luego, padecemos una horda de trolls (rufianes de la Web) que disparan a diario contra los acuerdos de paz, contra la izquierda, contra los movimientos sociales, y contra todo aquel que se oponga a la oscura vuelta al pasado que se está fraguando. Nadie hace nada. Europa, en cambio, está presionando duro a las redes sociales. Multas por conducta monopolista, exigencias de ajustarse a los estándares europeos de protección de datos (para que no hagan negocios indiscriminadamente con los datos de los usuarios); sanciones onerosas cuando pasan más de 24 horas sin retirar mensajes xenófobos, racistas o violentos…una serie de medidas que tienen con dolor de cabeza a los magnates de la era digital.

 

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