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Vivir hiperconectados

Se ponen de moda el hogar inteligente, la casa conectada y el llamado Internet de las Cosas, que pone en comunicación a millones de dispositivos de uso diario. Pero una vida conectada en exceso también trae riesgos.

Tango es el gato de raza criolla de Andrea Ibáñez, una ingeniera ambiental aficionada a la tecnología. Cuando Tango es llevado al veterinario, porta en su collar un pequeño dispositivo de rastreo, por aquello de los gatos y su fea costumbre de escapar despavoridos al primer descuido del médico. No importa a donde vaya ni en qué árbol se refugie, Andrea siempre puede localizarlo siguiendo el mapa en la pantalla de su teléfono móvil. El MoveTrack – así se llama el artilugio colgado en el collar de la mascota – es uno de los primeros dispositivos recién desembarcados en el país con la misión de introducir a los colombianos en la moda del Internet de las Cosas.

Hay más gadgets disponibles, como el kit de Hogar Inteligente que provee Claro, el cual incluye un sensor y una cámara para la puerta principal, y una sirena que alertará cuando un intruso intente ingresar.  Sin importar en donde se encuentre, el propietario puede monitorear desde su teléfono, en cualquier momento, el acceso a su casa. La avalancha de dispositivos conectados a Internet crece vertiginosamente. Hay dispositivos para atenuar el nivel de iluminación de los bombillos cuando se desea una atmósfera más íntima, y ollas que avisan cuando la sopa está en su punto; y hay “asistentes para el hogar”, como los ha bautizado la industria, que llevan los poderes de Siri, Alexa y Google Now a pequeños aparatos que se instalan en casa, y a los que se les puede pedir apague las luces del patio y lea un resumen de las noticias del día mientras servimos la cena.

Se conoce como Internet de las Cosas a un ecosistema de aparatos que se conectan, interactúan y envían información a los humanos, sin incluir en el concepto a los teléfonos ni a los computadores. Hay varias estimaciones acerca del crecimiento de ellos, pero las más conservadoras, como la del Ericsson Mobility Report de junio pasado, calcula que habrá 29.000 millones de dispositivos conectados en 2022. Casi cada cosa con la que interactuamos tendrá una dirección IP y enviará algún tipo de información o recibirá una orden para cumplir tareas específicas. Los defensores del concepto creen que esta tendencia liberará a las personas de tareas cotidianas y que la automatización de la vida diaria hará más fáciles los días para los humanos. Y los primeros usuarios que están probando este enfoque están de acuerdo sin dudarlo.

Andrés Zuluaga puso en la muñeca de su pequeña Luciana de ocho años un reloj MoveTime, que le brinda tranquilidad en la agitada vida bogotana. Cuando el bus escolar se aproxima a casa, MoveTime avisa al celular de los padres, para que estén listos en el paradero. Andrés y su esposa Marcela están al tanto de Luciana durante las salidas escolares y la niña puede llamarlos o recibir llamadas, porque es también un teléfono básico, restringido solo para hablar con los padres. “Es fantástico tener esa tranquilidad”, dice Andrés.

Casi todos estos dispositivos llevan dentro una simcard y un sistema de GPS y no necesariamente están dotados de inteligencia artificial, sino que simplemente envían información. “La gente está utilizándolos para monitorear a las mascotas, y para localizar los autos, las bicicletas o lo morrales”, explica José Luis Gómez, director de innovación de Claro.

La penetración del Internet de las Cosas es todavía precaria en el mundo. En los negocios es en donde mayor adopción se registra. Los supermercados ponen pequeños dispositivos en los refrigeradores, para recibir información cuando está por agotarse un producto.

Desde luego, hay voces que se preguntan si necesitamos que cada dispositivo de la vida diaria se conecte a Internet. ¿Es importante recibir un mensaje en el teléfono cada vez que la leche llegó a su punto de ebullición? ¿No sería más fácil estar atento, como se hacía en el pasado? ¿Realmente alguien quiere que el asistente Amazon Eco, con su voz electrónica, le lea un cuento al bebé antes de dormir?  El ácido analista de tecnología Nocholas Carr (el mismo que hace algunos años se preguntó si Google nos está haciendo más estúpidos), hizo notar hace poco en una columna en New York Times, cuán lejos estamos todavía de la promesa de robots realmente inteligentes que liberarán a las personas del trabajo. Se refería al mito de humanoides como Robotina o “Arturito” (R2D2) que el cine y la televisión posicionaron en la cultura popular. En la categoría IoT (Internet de las Cosas) hay artilugios como un colchón de la compañía Smarttress, con sensores que avisan al celular del cónyuge que se encuentra fuera de casa, cuando la cama está siendo utilizada para actividades sexuales, y el vibrador Svakom, dotado de webcam para transmitir en vivo el acto de placer de la usuaria.

El lado oscuro

Sin duda, el robot más inteligente que ha llegado a los hogares del mundo es la aspiradora Roomba, de la compañía norteamericana iRobot. Esta máquina aprende de su propia experiencia y cada vez mejora la limpieza de alfombras, sin dejar por fuera rincón alguno, y ha sido galardonada en numerosas ferias tecnológicas. La empresa anunció hace poco que ofrecerá la información arquitectónica de las casas en donde hay una Roomba en acción, para explotarla comercialmente por terceros que puedan ofrecer otros servicios automatizados a los clientes de iRobot.

Si alguien tenía dudas del interés comercial detrás de Internet de las Cosas, puede echar un vistazo a la cerradura inteligente desarrollada por Amazon, que permite a los empleados que llevan los domicilios de Amazon, ingresar a la casa del cliente y dejar el paquete dentro, cuando el comprador se encuentre fuera de casa y no hay nadie para recibir la mercancía.

Desde luego, los temores sobre la seguridad y las amenazas a la privacidad están latentes. En septiembre pasado fue descubierta una operación de cibercriminales que logró controlar más de dos millones de cámaras IP y grabadoras de video, mediante un código malicioso bautizado como Reaper, que todavía se propaga aprovechando los débiles protocolos de protección que los dispositivos del Internet de las Cosas suelen incluir. El control de ataques sobre routers, cámaras y otros aparatos es difícil, porque los usuarios desconocen como actualizar los drivers de este tipo de dispositivos. En un reciente informe, la compañía de seguridad digital Kaspersky reportó que ha recogido 7.200 muestras de malware diferente en dispositivos de Internet de las Cosas en lo corrido del presente año, un 74 por ciento más que el malware detectado el año anterior. Atacar a Internet de las cosas es ya toda una tendencia en el mundo del cibercrimen, según informó Eugene Kaspersky, fundador de la compañía.

Sin temor a lo nuevo

No obstante, no es para aterrorizarse. En el cuello de Tango, El Movetrack del tamaño de una moneda, no ofrece amenazas a la seguridad de nadie. De hecho, ya hay en Bogotá numerosos casos de personas que recuperaron una moto robada, una bicicleta o una maleta perdida gracias a este tipo de dispositivos.

Y si bien es cierto que nadie necesita saber cuántas veces fue abierta una puerta, hay usos de Internet de la Cosas que sin duda beneficiarán a la humanidad. La llamada agricultura de precisión es un buen ejemplo de ello. “El agricultor siempre ha hecho su trabajo basado en prueba y error, pero no tiene control exacto de la información, como variación de la humedad, por ejemplo; IoT da la posibilidad a los agricultores de tener información real y tomar decisiones correctas basadas en esa información”, explica Andrés Sánchez, fundador de Identidad IoT, una compañía colombiana que ofrece soluciones de Internet de la Cosas para el sector corporativo.

“Los chips son cada vez más baratos, los hay desde menos de un dólar y eso hace que se puedan integrar en cualquier producto, sea una nevera, una lámpara o una persona, porque ya hay personas que portan un chip inserto en su cuerpo”, explica Jorge Vergara, de IBM. El experto cree que, en diez años, el fenómeno Internet de las Cosas será completamente normal, corriente y masivo.

Publicado originalmente en SEMANA, edición 1.855, noviembre de 2017.

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