¿Qué es lo realmente importante en Bandersnatch?
En la era del hipertexto, la película recién estrenada por Netflix, Bandersnatch, constituye la última expansión del reino del código informático, que ya domina al sector financiero, a la salud y ahora quiere controlar a la narrativa audiovisual.
Netflix no se conforma con sacudir el negocio de la televisión y el cine, con su popular servicio de streaming, sino que quiere revolucionar la forma de contar historias en la era digital. Bandersnatch, historia interactiva en la que los espectadores pueden tomar decisiones que afectan el desenlace, desató en apenas tres semanas desde su lanzamiento el 28 de diciembre, una fiebre mundial y también ardientes discusiones entre críticos y expertos.
“Bandersnatch es una obra maestra de sofisticación… Como experiencia, es notable. Sin embargo, aún más notable es la ambiciosa manera de contar historias que demuestra”, escribió Stuart Heritage, crítico de The Guardian. En cambio, Aisha Harris, en The New York Times, hizo un comentario más frío: “Como narración de cuentos, Bandersnatch no llega a los mejores episodios de Black Mirror. Me decepcionó un final en particular donde no todo es un sueño, sino más bien, un escenario de Hollywood. Pero como un intento de jugar con su experiencia visual, no es una mala manera de pasar un par de horas”. El público, entre tanto, está entusiasmado, y así se evidencia en el popular Rotten Tomatoes, en donde la producción sale muy bien librada y hay cientos de comentarios positivos, especialmente de fanáticos de la ya mítica serie de ciencia ficción Black Mirror, de la que Bandersnatch es el último episodio.
El filme cuenta la historia de un programador de juegos en los años ochenta que intenta desarrollar el primer videojuego hipertextual – algo ya común hoy en la industria de los videojuegos – basándose en un libro que tocó sus fibras psicológicas más perversas y desató su locura por explorar la posibilidad de regresar al pasado y corregir las malas decisiones. Y allí entra el verdadero protagonista. En Bandersnatch el algoritmo es el personaje. No el tema, como en tantas películas sobre hackers y computadoras, sino el protagonista, tanto de la historia en sí misma, como de la producción de Netflix. Charlie Brooker, el creador de la serie Black Mirror y de Bandersnatch, tuvo que aprender lenguajes de programación para escribir este episodio. Hay más de diez desenlaces posibles, que fueron concebidos mediante diseño algorítmico por el célebre escritor y guionista. Desde uno rápido y descafeinado, en el que el joven programador Stefan Butler se acerca a una compañía de videojuegos para presentar su idea, y el juego es producido y llevado al mercado en la fecha prevista y resulta un absoluto fracaso en ventas. No hay locura ni tensión y la historia termina a los quince minutos. Otro desenlace posible, ese sí complejo y esquizoide, termina con la compañía desarrolladora en quiebra porque el juego debe ser retirado de las tiendas cuando Stefan Butler es capturado por el asesinato de su padre. Hasta un desenlace con final feliz, en el que el juego resultó un éxito comercial, Stefan sonríe después de enterrar en el jardín a su padre que acaba de asesinar brutalmente y nadie supo jamás del crimen que cometió. Lo interesante y perturbador es que Stefan se convertirá en asesino si el espectador así lo decide. La mente enferma del personaje se alimenta de las decisiones provenientes de la mente torva del espectador. Es el espectador (término que con este experimento empieza a perder sentido) quien debe decidir incluso si el asesino entierra o descuartiza el cadáver de su padre. Y cada decisión lo llevará por un camino diferente. Si quiere jugar con su lado oscuro, podrá hacerlo mientras construye alguno de los múltiples destinos posibles de Bandersnatch.
Escribir hipertextualmente es un desafío. El autor ya no se las ve solo con la literatura y las técnicas de la narrativa clásica, sino que debe meterle mano al código informático y entender las astucias de la Inteligencia Artificial y los algoritmos. Así se domina hoy la relojería de la narrativa audiovisual. Si la trocha que está abriendo Netflix tiene éxito sostenido, la industria del streaming y de la televisión tendrán que tomar ese camino y eso implica reinventarse.
No es la primera vez que un relato hipertextual ha sido propuesto. La historia del hipertexto registra ejemplos formidables, incluso por fuera del mundo digital. Desde Borges y su formidable “El jardín de senderos”, hasta Calvino y Cortázar, varios autores han sido debidamente reseñados en la historia del hipertexto en la literatura. La hipertextualidad, en general, no es cosa nueva y el trabajo clásico del profesor George Landow, “Hipertexto: la convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología”, da cuenta de ello. Desde que por allá en los años cincuenta el ingeniero Ted Nelson – leyenda de la historia de la computación – concibió que podría crearse un enlace sobre una palabra en un texto en computador, el cual haría que el lector abandone la lectura actual y salte a otra pantalla, en una red de textos conectados a través de los que se puede navegar libremente (sin la obligación de leerlos completos y de principio a fin), se desató una revolución cultural y cognitiva que puso de cabeza a la sociedad y que evolucionó hasta lo que es hoy Google, el mayor hipertexto del mundo, con todo lo bueno y lo malo que se le endilga. La narrativa hipertextual amenazó al libro – paradigma central de la modernidad – y al relato lineal, y produjo cataclismos en la educación y el aprendizaje, y ahora, como pretende Netflix, en el entretenimiento y en el arte cinematográfico. Los llamados “post estructuralistas”, Barthes, Derrida, Foucault y demás, estarían felices si vieran todo esto, porque ellos lo advirtieron primero.
Bandersnatch no es el primer intento de llevar a la narrativa audiovisual esta idea. Netflix ya había experimentado de modo más tímido con dos películas animadas, y algunos historiadores del cine señalan ideas preliminares de esto en productos de Hollywood. Incluso había finales alternativos en la edición de lujo en DVD de algunas producciones famosas. Hoy día es común que estudiantes de comunicación audiovisual en Colombia hagan experimentos de esta naturaleza mediante la plataforma HelloEko.com, en donde cineastas aficionados de todo el mundo producen y exhiben realizaciones similares. Andrés Fernández, profesor de lenguaje multimedia en la Universidad de La Sabana ve en la interactividad que propone Bandersnatch un futuro claro. “Se trata de productos pensados ya no desde la lógica del negocio, o del productor, sino desde lo que las audiencias necesitan; son historias que antes de escribirlas, se piensa primero en el comportamiento que los usuarios van a tener en cada momento y eso es un cambio fundamental en términos narrativos”, explica.
La utilización de Inteligencia Artificial en Hollywood empieza a hacer carrera. Primero fue Netflix, con sus algoritmos para identificar con precisión lo que el público quiere y definir las historias y los ingredientes que probablemente tendrán mejor acogida. Así se diseñó House of Cards. Ante la evidencia, otros estudios, como Fox y Disney, adoptaron la misma estrategia. El paso siguiente será – o es – dejar en manos de algoritmos la tarea de encadenar relatos y construir episodios. Con tecnologías de Big Data Netflix sabe en qué momento exacto las personas abandonan un capítulo y por qué, y este conocimiento se puede transferir a un robot que produzca historias con mucho “rating”. De hecho, las organizaciones encargadas de la protección de derechos de autor ya están trabajando en las normas que aplicarán sobre las obras producidas por robots, que por ahora son pocas y seguramente muy malas, pero que serán muchas en el futuro.
Si Bandersnatch es una buena historia o no, queda en la opinión humilde de cada uno, pero una cosa es clara: Netflix es una compañía altamente disruptiva y atrevida, y demostró que su capacidad innovadora toca no solo al modelo de negocio, sino también a la estética de las industrias culturales.
Publicado originalmente en revista SEMANA, edición 1915, enero de 2019.
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