El transporte como nunca fue imaginado

Los autos que se conducen solos empezarán a inundar el mercado el próximo año, pero vienen acompañados de nuevos modelos de negocio.

Al parecer en el ministerio de Transporte nadie tiene idea de qué cosa son las apps, las startups y la transformación digital. Las regulaciones recientemente expedidas como respuesta al debate Uber son conservadoras y redactadas con la mente puesta en preservar los modelos de negocio tradicionales y obsoletos del transporte. Mientras el ministro de TIC David Luna reúne a todas las voces del sector de las telecomunicaciones para preparar los marcos normativos del futuro, que den respuesta a los cambios que experimenta la televisión y permitan convivir a Netflix con Caracol y RCN, el ministerio del Transporte no se reúne con nadie y expide normas redactadas con el suficiente cuidado de no desatar la ira de los poderosos gremios de taxistas, e impedir que Uber se abra paso en el país.

La reciente norma sobre “servicios de transporte de lujo” propone que las empresas de transporte utilicen plataformas tecnológicas para contactar a los pasajeros. Es claro que no se ha comprendido el modelo disruptivo que estas plataformas traen consigo. No es que los taxis amarillos o de cualquier color puedan utilizar una app y listo. Lo que Uber, Lyft, Cabify y otras iniciativas de este tipo están construyendo en el mundo es un nuevo modelo de negocio, basado en la llamada economía colaborativa, la cual cambia las reglas de juego, rompe los monopolios tradicionales y reinventa la participación de los consumidores en la economía.

Insistiendo en presionar a Uber para que se convierta en una empresa de transporte más, con pelea por cupos, con pago de licencias de operación y otros conceptos de la era pre-digital, el ministerio de Transporte se pone cada vez más lejos de las revoluciones que han comenzado en el transporte público mundial. Uber ya ni siquiera es lo más novedoso que haya surgido de la revolución tecnológica.  Google ya tiene carros autónomos (sí, literalmente autónomos, que se conducen solos, sin humano al volante) rodando por las calles de Mountain View, Austin y Phoenix en Estados Unidos, y Uber prueba por estos días su primer prototipo en Pittsburgh. Las marcas más importantes de la industria automotriz ya tienen en sus últimos hervores los primeros vehículos auto conducidos, que empezarán a llegar al mercado el próximo año. Business Insider estima que en 2019 habrá al menos diez millones de carros de estos, entre autónomos y semi autónomos, circulando por las calles de las ciudades en donde un ministerio de transporte no prohíba las innovaciones. La llegada de esta tecnología no es solo un asunto tecnológico. Es sobretodo un cambio en el modelo económico. Los fabricantes de automóviles saben que no venderán estos autos como se venden los actuales, uno para cada persona. Las calles ya no aguantan tal modelo de propiedad. Habrá quien los compre, naturalmente, pero ese será el segmento más pequeño del mercado. Se está pensando en modelos de propiedad diferentes, como el de “propiedad fraccionada”, que funciona como los tiempos compartidos en resorts que existen en el sector turístico; habrá propiedad más uso compartido, es decir, alguien compra el vehículo pero en los ratos en que no lo necesita lo pone a disposición de otros mediante apps; y habrá “movilidad como servicio”, es decir, pago por uso al estilo de la computación en la nube. Por supuesto, se requieren cambios descomunales en la cultura y el negocio del transporte en nuestro país antes de ver un carro de estos circulando por la Avenida Caracas. Pero no es ciencia ficción; ya los hay, en pleno funcionamiento en varios lugares del planeta y estarán disponibles en los concesionarios en menos de un año.

Elon Musk, el visionario de moda y fundador de Tesla Motors, vaticina que en algún momento de los próximos veinte años estará terminantemente prohibido a las personas conducir automóviles. El 94 por ciento de los accidentes de tránsito, en los cuales mueren millones de personas, son producidos por errores humanos y los automóviles que se auto conducen podrían reducir drásticamente este indicador.

Publicado originalmente en SEMANA, edición 1.779, juniode 2016

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