Tiendas de barrio: cómo sobreviven la cuarentena

La cuarentena inyectó oxígeno a los 268.000 populares negocios de víveres y abarrotes, que pasan por estos días su mejor momento. Pero el futuro no pinta bien y necesitan ayuda.

Por Álvaro Montes

Durante el primer fin de semana de confinamiento, el que la alcaldesa de Bogotá llamó “simulacro”, las tiendas de barrio repasaron sus épocas más gloriosas: las ventas se incrementaron en hasta 90 por ciento entre el 17 y el 21 de marzo, y el afán de los vecinos por aprovisionarse reventó las líneas telefónicas y dejó exhaustos a los chicos del domicilio. Habían padecido tres años de descenso en los números, y con el inicio del presente año vino un periodo de recuperación en enero y febrero.  Y después llegó el Covid-19.

Las tiendas de barrio tuvieron un primer fin de semana maravillos, cuando comenzó el confinamiento. Después vinieron días malos.

Cuando el confinamiento fue anunciado en Colombia, las tiendas tuvieron su pico más alto: la venta promedio por cliente, que estaba en febrero en 5.266 pesos, se elevó a 10.364, en la mayoría de los establecimientos de este tipo en todo el país. Un reporte de Servinformación, una empresa especializada en analítica de datos, sobre 62.000 establecimientos en varias ciudades encontró que entre el 20 y el 23 de marzo pasado las ventas diarias promedio pasaron de 1,1 millones en cada tienda a 1,7 millones de pesos. En Bogotá se vivió el momento culminante, con ventas promedio de casi 2.000.000 de pesos. Y la firma LookApp, especializada en investigación de mercados, informó que las tiendas de barrio ocuparon el segundo lugar en el aprovisionamiento de los consumidores durante el mes de marzo, después de los supermercados de descuentos como D1 y Justo & Bueno, y por encima de las grandes superficies y de las droguerías.

“Creo que vendrá una crisis dura para nosotros, porque la gente está gastando lo que tenía y no tendrá plata en los meses que vienen”, dice Heide Castaño, propietaria de una tienda en el barrio San Luis, en Chía.”

Pero el auge no se sostendrá, en opinión de los expertos. De hecho, los monitoreos de la última semana de marzo muestran que, tras una primera ola de compras compulsivas empujadas por el pánico de la población, las cifras regresaron paulatinamente a los niveles de febrero. Las ventas promedio del 30 de marzo fueron de un millón de pesos, aunque el gasto por usuario permaneció más alto que el histórico, con 8.975 pesos por compra.

Los propios tenderos así lo perciben. “Creo que vendrá una crisis dura para nosotros, porque la gente está gastando lo que tenía y no tendrá plata en los meses que vienen”, dice Heide Castaño, propietaria de una tienda en el barrio San Luis, en Chía. Y las estimaciones de la compañía de estudios de mercado Nielsen llega a la misma conclusión. Las tiendas no pueden sostener el mismo comportamiento de los supermercados de cadena, que en la tercera semana de marzo incrementaron sus ventas en 40 por ciento, gracias a las compras de alimentos básicos y productos de limpieza. “Si la pandemia y el confinamiento se mantienen, las tiendas podrían verse severamente afectadas”, advierte Camilo Escobar, director de analítica de Nielsen.

La razón se encuentra en que más de la mitad de las ventas en las tiendas de barrio colombianas la constituyen las bebidas – incluidas las cervezas, las gaseosas y los jugos – y ese es precisamente el tipo de productos que registran menor demanda durante la cuarentena.

Los tenderos, sin músculo financiero, sin acceso al crédito y obligados a pagar de contado a los proveedores, afrontan serias dificultades para abastecerse en las cantidades que el mercado demanda. La tendera Heide Castaño informa que hubo proveedores de grandes marcas que ni siquiera visitaron las tiendas durante los primeros días de la cuarentena; “surtieron a los grandes y nos dejaron casi tres días sin visitarnos”, explica. El confinamiento de la población empeora el escenario, puesto que las tiendas venden “al día” y los vecinos del barrio no están saliendo a comprar.

El presidente de Fenalco, Jaime Alberto Cabal, señala un problema que considera más alarmante aún: los pequeños establecimientos de barrio diferentes a las tiendas de víveres, cuya situación es dramática, como peluquerías, misceláneas, ferreterías y pequeños almacenes de repuestos, que están cerrados.

No obstante, la figura de la tienda de barrio tiene futuro. El 33 por ciento de las ventas totales de productos de consumo masivo en el país se realizan en estos populares establecimientos, y si en la muestra se incluyen los establecimientos con “consumo local”, es decir, tiendas que además tienen mesas y venden comida preparada o en las que los clientes pueden sentarse a tomar cerveza, la cifra sube al 55 por ciento; es decir, venden más que D1, Justo & Bueno, Éxito, Jumbo y demás cadenas de supermercados del país.

Parece inevitable que, tras la aparición del Covid-19, las tiendas sufrirán un freno en la tendencia de recuperación que traían antes del virus. El caso chino puede ser un referente de lo que podría ocurrir en Colombia. Aunque se trata de un país cultural y económicamente muy distinto al nuestro, las tiendas de barrio allá se contrajeron 9,6 por ciento durante los meses de enero y febrero, el periodo más duro de la epidemia en China. De hecho, en Colombia ya se registran un nivel de cierres temporales de pequeñas tiendas, por efecto del coronavirus, que podría ser cuando menos del 10 por ciento, según cifras de Nielsen.

Es difícil predecir que sucederá con este sector, porque ningún país ha superado completamente la pandemia, pero el futuro de las tiendas dependerá de lo que el país, el gobierno y las grandes marcas hagan por ellas, opina Camilo Escobar, de Nielsen.

Mauricio Cajiao, CEO de LookApp

Hay serias razones para creer en los tenderos colombianos. Venden al menos una tercera parte del consumo masivo y constituyen el principal motor de ventas de cervezas y gaseosas, así que, para las grandes marcas, las tiendas seguirán siendo un canal absolutamente prioritario. Mauricio Cajiao, CEO de LookApp, señala que la tienda de barrio está muy arraigada en la cultura popular, por la cercanía vecinal – el tendero conoce el nombre de cada cliente -, porque fían y porque venden productos esenciales en cantidades mínimas. En la costa atlántica es común que el aceite de cocina se venda por cucharadas, así como la sal, y como el arroz, que se vende por pocillos., para el almuerzo del día. Ningún supermercado de cadena puede hacer eso.

Dado que miles de familias colombianas viven de estos negocios, manejados en su mayoría por mujeres (63 por ciento son tenderas), es imperativo lanzar salvavidas para asegurar la supervivencia de estos negocios. Fenalco tiene un programa que busca ayudar a los tenderos a hacerse más competitivos, mediante la adopción de tecnologías sencillas y la capacitación. Una tienda promedio obtiene ganancias mensuales de 800.000 pesos, y el programa Fenaltiendas ayuda a incrementar en 10 por ciento adicional esa suma, mediante la instalación de puntos electrónicos de venta de chance y apuestas, recargas de celular y pago de facturas. “Hay un mito que estamos derribando: la tienda sí se puede tecnificar”, asegura Luis Manuel Faviani, vicepresidente de Servinformación. Están en marcha varias iniciativas, como la de ServiPunto, que incorporan sistemas “mini” ERP (gestión del negocio) en teléfonos móviles, mediante los cuales los tenderos pueden manejar inventarios, hacer caja y recibir un poco de inteligencia de negocio que les permitan optimizar los pedidos, conocer con precisión los productos de mayor rotación y las horas y días de mayor demanda, para asegurar el abastecimiento correcto. Un factor favorable es que el 70 por ciento de las tiendas cuenta con acceso a internet. La respuesta de los tenderos a esta transformación digital es todavía insuficiente, pero imprescindible para el sostenimiento del sector.

En Colombia hay 268.000 tiendas de barrio, que van a sostenerse y evolucionar. En opinión del presidente de Fenalco, los tenderos, al igual que todos los empresarios, tienen dos caminos: sentarse a esperar a que pase la tormenta, o aprender a bailar bajo la lluvia. “Y no dudo que la segunda opción es la que escogen mayoritariamente”, dice Jaime Alberto Cabal.

Publicado originalmente en revista SEMANA, edición 1.979, 4 de abril de 2020.

 

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