Mucha tecnología, pero las guerras se hacen a la antigua

Soldados de carne y hueso cruzan fronteras, invaden naciones y asesinan a civiles. Las guerras de ciencia ficción, en las que una tecla de computador paraliza a una nación enemiga no existen. Al menos no todavía.

Por Álvaro Montes

En las primeras casi dos semanas de la invasión rusa a Ucrania el mundo pudo ver que las guerras todavía se libran, como ha sido a lo largo de la historia, en tierra, aire y mar, con tropas y naves de combate. No desde computadores. No sabemos si eso es bueno o malo, pero numerosos análisis internacionales confirman esta percepción. La transformación digital del horror bélico es, de momento, más una “ilusión” de la cultura tecno fanática, que una realidad.

Los militantes del fanatismo tecnológico per se quieren ver a Elon Musk determinando el rumbo de la guerra en favor de Ucrania, con su servicio de internet satelital, y a las redes sociales cambiando el curso de la historia. “Pese a tanta tecnología, las guerras de hoy se parecen mucho a las de siempre”, escribió Jaime García Cantero en un artículo en El País. No es que no exista una estrategia computacional acompañando a las tropas invasoras. Nadie ha dicho tal cosa. Pero las armas digitales (ejércitos hackers, ataques a los sistemas informáticos, sabotaje digital y ciber espionaje) no constituyen el núcleo duro de una guerra. Son estrategias complementarias y algún aroma esperanzador debería quedarnos al saber que esta rama de la tecnología de la que nos ocupamos no alcanza por ahora la dimensión de máquina de muerte que el cine de ciencia ficción ha posicionado en la cultura popular.

Los militantes del fanatismo tecnológico per se quieren ver a Elon Musk determinando el rumbo de la guerra en favor de Ucrania, con su servicio de internet satelital, y a las redes sociales cambiando el curso de la historia. En realidad, no es mucho lo que las big tech pueden y quieren hacer en este conflicto. Ucrania gana la guerra en Twitter, en donde predomina la narrativa anti rusa, pero esa victoria no se refleja en el campo de batalla. Las medidas adoptadas por las grandes tecnológicas son bonitas, pero dejar a los ciudadanos rusos sin iPhone nuevos y sin Google Maps, o retirar al Spartak de Moscú de los videojuegos de fútbol no incide demasiado en las decisiones que toma Putin cada mañana.

Expertos en temas militares confirman que la ciberguerra es todavía un fenómeno de limitado impacto en los conflictos bélicos mundiales, a pesar de lo que piensa la opinión pública.

Ni siquiera expulsar a los bancos rusos del sistema Swift – (algo que se ejecutó desde un computador, como un analista advirtió en una conversación reciente) parece tener la importancia que muchos medios dieron a la noticia. Swift es una plataforma de mensajería para comunicar y confirmar las transferencias internacionales entre bancos, no para realizarlas, y las instituciones financieras rusas tienen opciones varias para mantenerse activas en los mercados globales y evadir la restricción. No es el primer país al que se le aplica esta sanción.

Desde luego, no puede subestimarse el valor estratégico de las armas digitales. Es extensa la lista de ciberataques rusos contra la economía ucraniana desde hace varios años. En 2015 hackers rusos dejaron sin calefacción a las dos más grandes ciudades ucranianas, en un ataque bautizado “Black Energy”, justo poco después de la caída del gobierno amigo de Putin. Dos años más tarde, con Industroyer liquidaron un sistema de gestión del trigo, uno de los principales productos de exportación del país. En 2018 el troyano NonPetya inhabilitó al sistema financiero de Ucrania y el problema trascendió las fronteras del país víctima, convirtiéndose en uno de los más delicados virus informáticos que hemos visto durante el siglo en curso. Pero seis años de presiones mediante ataques cibernéticos fueron insuficientes para lograr que Ucrania devolviera la tranquilidad a Putin y a los oligarcas rusos, que la querían lejos de la Unión Europea.

Expertos en temas militares confirman que la ciberguerra es todavía un fenómeno de limitado impacto en los conflictos bélicos mundiales, a pesar de lo que piensa la opinión pública. En un artículo reciente, publicado dos semanas antes de la invasión, Lennart Maschmeyer, investigador del Centro de Estudios de Seguridad en Zurich, escribió: “En la práctica, sin embargo, la guerra cibernética ha sido un fracaso. Nuestra investigación muestra que las operaciones cibernéticas siguen siendo irrelevantes en el campo de batalla, mientras que las operaciones independientes para debilitar a Ucrania a través de la interferencia electoral, el sabotaje de la infraestructura crítica y la interrupción económica en gran medida no lograron contribuir a los objetivos estratégicos de Rusia de hacer que Ucrania abandone su política exterior pro-Unión Europea y pro-OTAN”. Si las operaciones cibernéticas son teóricamente tan poderosas, ¿por qué Rusia “se tomó la molestia y los costos” de movilizar tropas y tanques? señala el experto.

De hecho, muchos analistas se preguntaron esta semana por qué Rusia no ha paralizado los sistemas de comunicación de Ucrania. Las telecomunicaciones permanecen activas y el presidente Zelensky pudo proclamar su discurso mediante teleconferencia ante la reunión del Parlamento Europeo en Bruselas el 28 de febrero pasado. Eric Byres, experto de la compañía de seguridad aDolus Technology, dijo a la prensa europea que el hecho de que los ciberataques rusos hayan sido muy limitados durante la invasión indicaría que no se trata de un asunto de capacidades tecnológicas, sino de “una decisión deliberada de los comandantes rusos”. Danielle Jablanski, asesor de seguridad cibernética de la compañía Nozomi Networks, piensa que Rusia asumió que sus esfuerzos sobre el terreno serían más efectivos que los ciberataques, según dijo en entrevista en Venturebeat.

Desde luego, no es ni mejor ni peor que la guerra se lleve a cabo mediante ciberataques o sin ellos.

En las redes abundan conversaciones acerca de lo que pueden hacer las grandes compañías tecnológicas norteamericanas para contribuir en la derrota de Putin.  El analista Callum Booth, de la misma publicación, lo resumió de la siguiente manera: “Lo mejor que la industria tecnológica puede hacer por Ucrania es donar”. Y no le falta razón. Rusia puede arreglárselas sin Facebook ni Twitter, sin iPhones y sin los estrenos de Disney y Netflix. En tanto que dinero real aportado por las empresas que más facturan en la era digital, sería de gran provecho para la reconstrucción de Kiev y la asistencia a las víctimas de las atrocidades rusas.

Muchas personas mantienen la ilusión de que los hacktivistas dispuestos a aportar sus geniales conocimientos en las oscuras artes del kacking puedan contribuir efectivamente en el desenlace de la guerra. Linus Neumann, líder del Chaos Computer Club, el grupo hacker más grande de Europa, de fuerte orientación política progresista, dijo a un medio especializado en tecnología (The Next Web) que “esto es una guerra; una guerra real con bombas, balas y cuerpos”, y desestimó la utilidad que tendrían los ejércitos de voluntarios hackers que han sido convocados por estos días para defender a Ucrania. En nombre de Anonymous, un muchacho talentoso en algún lugar del mundo penetró los controles del yate personal de Putin, y otro hackeó un canal de televisión de Moscú. Son actos nobles y heroicos, que animan a la resistencia, pero de mayor valor simbólico y emotivo que militar.

La desinformación es, probablemente, el aspecto más exitoso que ha tenido la ciberguerra, para ambos bandos. Noticias falsas, seudo reportajes “en vivo” en Tik Tok desde las calles de Kiev, que en realidad se realizan desde cualquier ciudad norteamericana apoyados en imágenes viejas; periodistas que reducen el análisis de un tema tan delicado a un simple rapto de locura del presidente ruso; el Kremlin alegando que los más de 2.000 civiles muertos se justifican por la orientación neonazi de los gobernantes ucranios; y políticos en campaña – aquí en Colombia – aprovechando el berenjenal para lanzar agua sucia sobre sus rivales.

Fue necesario que varias organizaciones dedicadas a la lucha contra la desinformación publicaran guías para identificar noticias falsas y contrarrestar en lo que se pueda, la hemorragia de fotos fraudulentas, que solo buscan clics, tráfico y facturación en las plataformas digitales. Sin mencionar los timos con supuestos recaudos de criptomonedas para ayudar a los ucranios.

Desde luego, no es ni mejor ni peor que la guerra se lleve a cabo mediante ciberataques o sin ellos. Con armas digitales o convencionales, con bits y pixeles o con balas y misiles, la guerra continúa siendo, como cantó hace tantos años Leon Gieco, ese “monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”.

Publicado originalmente en revista CAMBIO, marzo de 2022.

 

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