¿Estamos inflando una burbuja con la inteligencia artificial?

Entre el entusiasmo y la realidad económica, crece la duda de si el boom de la IA es sostenible o una nueva burbuja tecnológica.

La inversión en IA vive una fiebre global: startups multimillonarias, promesas de productividad y una carrera por no quedarse atrás. Pero entre el entusiasmo y la realidad económica, crece la duda de si el boom de la IA es sostenible o una nueva burbuja tecnológica.

La inteligencia artificial se ha convertido en la nueva fiebre del oro. En menos de tres años, ha pasado de los laboratorios a las conversaciones cotidianas y a los informes de resultados de casi todas las grandes tecnológicas. Las empresas se disputan ingenieros, los fondos de inversión lanzan rondas récord, y cualquier startup que lleve las siglas “IA” en su nombre multiplica su valor en cuestión de meses. El entusiasmo es tan contagioso que hasta los bancos centrales empiezan a preguntarse si la economía tecnológica está corriendo más rápido de lo que la realidad permite.

Las señales de una posible burbuja son visibles. Las valoraciones de muchas compañías de inteligencia artificial se han disparado sin que todavía exista un modelo de negocio rentable. Los costos de desarrollar y mantener modelos de lenguaje son altísimos, y los ingresos, por ahora, modestos. Los grandes chatbots conversacionales, por ejemplo, requieren infraestructuras de servidores que consumen una cantidad gigantesca de energía y recursos computacionales, lo que convierte cada interacción del usuario en una operación costosa. Aun así, las inversiones no se detienen: los gigantes tecnológicos gastan miles de millones de dólares en chips y centros de datos, convencidos de que quien lidere esta carrera controlará el futuro digital.

La historia económica tiene lecciones conocidas. En los años noventa, el auge de las puntocom prometió una revolución inmediata y provocó una avalancha de inversiones. El entusiasmo fue tan grande que muchas empresas valían fortunas sin generar beneficios. Luego llegó la corrección, el “pinchazo” de la burbuja, y la mayoría desapareció. Pero de esa implosión también surgieron Google, Amazon y el comercio electrónico tal como lo conocemos. La historia sugiere que las burbujas no siempre destruyen valor: a veces simplemente adelantan el futuro, a un precio excesivo.

La diferencia con el caso actual es que la inteligencia artificial ya muestra beneficios tangibles. A diferencia del metaverso o las criptomonedas, esta tecnología está mejorando la productividad de empresas reales. Herramientas de IA generativa se usan para redactar informes, analizar datos, diseñar estrategias de marketing o automatizar atención al cliente. En muchos sectores, los empleados que las utilizan trabajan más rápido y con menos errores. Y en un contexto donde la eficiencia es oro, esa ventaja competitiva tiene valor real.

Las compañías fabricantes de plataformas y servicios de IA generativa invierten en promedio un billón de dólares en el desarrollo. Es una suma realmente grande.

Nadie invierte un billón de dólares en algo, a menos que crea firmemente en ello, y Silicon Valley cree firmemente en el potencial económico transformador de la IA“, afirma el analista Bryan Walsh, en un artículo en Vox.

OpenAI, la startup con mayor inversión de capital en la historia, necesita invertir 700.000 dólares diarios para mantener la operación de ChatGPT, dado el intensivo uso de capacidades avanzadas de cómputo que requiere el servicio. Pero la emblemática empresa todavía no se gana un solo dólar. Un reciente cálculo indica que este año OpenAI perderá 5.000 millones de dólares.

Hay que advertir que, si es que hay una burbuja en la IA, es diferente a las recientes burbujas de las criptomonedas y del metaverso o los NFT. La inteligencia Artificial es consistente, claramente, una revolución tecnológica de trascendencia histórica y un fenómeno de mayor escala y aplicación práctica. Reemplaza empleos, impacta la economía, cambia las relaciones de poder internacional, entre otros efectos de gran envergadura.

Más que una burbuja clásica, muchos analistas describen lo que ocurre como una “inflación de expectativas”. Es decir, la tecnología es valiosa, pero el entusiasmo por su potencial ha crecido más rápido que su impacto inmediato. En los próximos años probablemente veamos una corrección: algunas startups desaparecerán, los inversores serán más selectivos y las grandes empresas consolidarán su posición. Pero eso no significará el fin de la inteligencia artificial, sino el inicio de su madurez.

El desafío está en distinguir la innovación del humo. En cada ciclo tecnológico, los mercados tienden a sobre reaccionar: primero con euforia, luego con miedo. Esta vez, la IA podría cambiar profundamente la forma en que trabajamos, consumimos y pensamos. La cuestión no es si transformará la economía, sino qué tan caro saldrá el aprendizaje colectivo hasta que encontremos el equilibrio entre promesa y realidad.

 

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